Yo soy como ese rey de
aquel país lluvioso, rico, pero impotente, joven, aunque achacoso, que,
despreciando halagos de sus cien concejales, con sus perros se aburre y demás
animales. Nada puede alegrarle, ni cazar, ni su halcón, ni su pueblo
muriéndose enfrente del balcón. La grotesca balada del bufón favorito no
distrae la frente de este enfermo maldito; en cripta se convierte su lecho
blasonado, y las damas, que a cada príncipe hallan de agrado, no saben ya
encontrar qué vestido indiscreto logrará una sonrisa del joven
esqueleto. el sabio que le acuña el oro no ha podido extirpar de su ser el
humor corrompido, y en los baños de sangre que hacían los Romanos, que a
menudo recuerdan los viejos soberanos, reavivar tal cadáver él tampoco ha
sabido pues tiene en vez de sangre verde agua del
Olvido.
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